Pedro Vizcay/DIARIO DE LEÓN
La temporada de caza menor finalizó de forma oficial el pasado sábado, último día del mes de enero. La mayoría de acotados tienen establecidos como días hábiles los jueves y domingos, en cuyo caso el cierre se habrá producido el último jueves. En todo caso la fecha es una mera formalidad ya que una gran mayoría de cotos han optado por el cierre anticipado ante la escasez de perdiz y de liebre. Ahora, y hasta el 15 de febrero, la actividad cinegética se centrará en el jabalí que, afortunadamente, está dando más satisfacciones a los aficionados.
Poco de nuevo se puede decir ante una temporada francamente nefasta. Con las poblaciones de perdiz muy mermadas, probablemente a causa del veneno para los topillos, la tristemente famosa clorofacinona que se empleó de forma masiva y sin apenas control a través de granos envenenados, (afortunadamente la perdiz tiene una dieta omnívora y consume en sus primeras semanas gran cantidad de larvas y saltamontes) y la liebre desaparecida por la misma causa, la caza hubo de centrarse en otras especies menos afectadas. El conejo de monte tuvo un año normal, similar a anteriores temporadas al igual que las palomas y aves acuáticas.
De cara a la próxima temporada la incertidumbre planea sobre una gran cantidad de acotados, muchos de los cuales reportan interesantes beneficios a los pueblos a través de las tarjetas que pagan los asociados. En este sentido algunas sociedades de cazadores ya se plantean renegociar los precios en función de la caza. Es significativo el caso de un «galguero» socio de un coto del sur de León, por el que paga seiscientos euros anuales, que en toda la temporada no ha «corrido»una sola liebre. Inevitablemente, cuando se realice el balance de la campaña, habrá que tomar medidas drásticas si es que todavía se puede recuperar la fauna cinegética.
Alivio por la recuperación que está experimentado el conejo de monte
La ligera recuperación del conejo de monte ha supuesto un cierto alivio en una temporada de caza menor francamente mala. Parece que las poblaciones del prolífico roedor, que antaño colonizó gran parte de los cotos de caza, se han estabilizado en algunas zonas y está experimentando un ligero crecimiento en otras. El incremento de las poblaciones de conejo es una buena noticia tanto para el mundo cinegético como para el medio ambiente en general, ya que constituye una pieza clave para la alimentación de gran número de predadores y muy especialmente ahora que la liebre casi ha desaparecido. Zorros, águilas y otras rapaces se alimentan habitualmente de conejos, especialmente cuando estos adquieren enfermedades que les debilitan y son así una presa fácil. La abundancia del roedor significará que la presión sobre otras especies como la perdiz o la liebre se reduzca con el consiguiente beneficio para éstas últimas.
La mixomatosis y más tarde la hemorragia vírica causaron estragos en las poblaciones de conejos hasta el punto de conseguir su extinción total en algunas zonas. Los planes de recuperación han conseguido reintroducirlo con éxito en algunos acotados en los que, sin lograr la densidad que tuvo antaño, pueden ser objeto de caza controlada.
En otros lugares, sin embargo, las repoblaciones han fracasado totalmente pese a los esfuerzos realizados por las sociedades de cazadores. Para que una repoblación resulte eficaz son necesarios varios requisitos. En primer lugar el paraje ha de ser propio de conejo, con monte bajo, cuestas o cárcavas. Preferentemente se utilizarán las zonas donde siempre los hubo y que conservan sus madrigueras que, previamente, serán desinfectadas.
En segundo lugar se utilizarán animales totalmente salvajes, previa vacunación, procedentes de descastes en zonas donde ello esté permitido. Los animales de granja suelen dar malos resultados. En tercer lugar y muy importante ha de hacerse una limpieza previa de predadores, zorros especialmente.
Las técnicas para repoblar el conejo son muy variadas
Las técnicas utilizadas para repoblar son múltiples y variadas. La utilización de vivares artificiales, enterrados pero con fácil acceso, a la vez que les sirven de protección permite el control periódico de las poblaciones. Cerrar la zona con una valla cinegética durante algún tiempo servirá también para protegerles hasta que se familiaricen con el terreno y comiencen a expandirse. En otras ocasiones es suficiente enterrar algunos tubos o y acumular cepos o rocas para que ellos mismos vayan fabricando sus propias madrigueras. La proximidad de zarzales o monte bajo de encinas y escobas será de gran ayuda. A partir de una cierta altitud las laderas de solana son más adecuadas que las umbrías, aunque en ocasiones el propio animal se desplaza unos cientos de metros en busca de la ubicación en la que se encuentra mas a gusto.
Si la repoblación resulta exitosa enseguida comenzarán a verse pequeños gazapos que, a partir del primer mes, ya abandonan el vivar. Una coneja puede dar entre cinco y seis camadas al año, siempre que no escasee el alimento. Las camadas, dependiendo de la edad de la madre, suelen ser de seis o más gazapos. Las hembras son fértiles a partir del tercer mes de vida, lo que da una idea de las posibilidades de expansión de la especie que, en algunos momentos fue considerada una auténtica plaga. Los incendios forestales o las quemas de zarzales y linderos afectan al conejo de forma muy negativa, ya que tienden a encuevarse y mueren por asfixia. Desde el punto de vista puramente cinegético la caza del conejo resulta sumamente divertida pese a que se concentra en las horas matutinas. Los días de fuertes heladas también gustan de salir al sol a partir de las doce. Se disparan muchos tiros y son precisos reflejos y puntería. El concurso de perros de rastro, como el podenco portugués, facilita mucho esta caza. La temporada que ahora finaliza ha servido para que muchos aficionados vuelvan a interesarse por el conejo de monte. También el hecho de que vuelva a colonizar determinadas zonas donde había desaparecido, especialmente en las proximidades de autovías y autopistas donde aprovecha las medianas o los terraplenes para establecer su hábitat natural.
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